viernes, 18 de marzo de 2011

Caro Markus

Antes que nada voy a ejercer un derecho inventado a una excusa por crítica, creo fervientemente que el arte contemporáneo necesita sí o sí de la intervención de la plástica, recuperar algo que va innato en la creación, un sentido de la belleza exaltado en el uso específico y correcto de unos materiales al uso, da igual cuales. Bien, dicho esto, considero que el arte actual no necesita a Markus Lüpertz, pero reconozco que no sería lo mismo sin este personaje, ya no sólo como artista, sino como figura representativa del artista genio, medio loco y aparente. Checo de nacimiento pero alemán por asfixia, Lüpertz desarrolla su carrera artística a partir de los sesenta, partiendo de un informalismo y un afán de revisión una tradición bávara de pintar con la expresión, sabiendo dar forma a un discurso propio, algo más cercano al figuralismo, un poco menos simbólico y con unas gotitas de crudeza que se hacen muy sabrosas. Así lo entiende la crítica pictórica cuando, en los setenta, y sobre todo, en los ochenta colocan a Lüpertz en un puesto de alta responsabilidad en el arte del momento, con retrospectivas en los museos más importantes del mundo (el Reina Sofía, sin ir demasiado lejos), premiándolo con galardones y homenajes y encumbrándolo a la dirección de la Kunstakademie en Düsseldorf, que no está mal. A partir de los noventa su arte se torna un tanto más metafórico, se contagia del aire lúdico dominante y la cosa empieza a empeorar, pero es otra historia.
Recientemente disfruté (de verdad) de un documental en el que el artista dejaba grabarse en plena vorágine creativa en su taller. Lüpertz en su estado puro, extravagante, rápido, nervioso, concentrado, con una cara de ser muy inteligente o de reírse mucho de la inteligencia. Una cinta en la que el genio muestra su modo de trabajo, corto e intenso, con muchas obras empezadas a la vez, revisadas continuamente, mancha y otra mancha sobre otra y otra mancha. Parece estar enfadado, en realidad solo hace lo que le apasiona, que es pintar, por ende, crear. Llamativo su modo de explicar una obra en base a una lata de refresco, una continua creación de mundos surgidos de una mente, cuanto menos, atrevida. Pero no deja indiferente, característica fundamental de cualquier cosa diseñada para ser expuesta. Por lo que, tras pensarlo fríamente, puedo decir sin temor a equivocarme que quizás debería haber ahora algún que otro Lüpertz, porque realmente pinta, actúa y piensa como un artista; lo de contemporáneo es lo de menos. Quizás no es el estilo a seguir, quizás sea otro el camino que parece haber tomado el arte, pero con esto nunca se sabe, siempre hay cabida para los discursos bien articulados, bien definidos y eso, tarde o temprano le hace a uno ser reconocido entre sus semejantes.
Un entendido del fútbol decía que ese deporte no es más que un estado de ánimo. Yo creo que el arte también lo es, tanto desde la visión del artista como de la criba del crítico. Lüpertz, me temo, siempre tendrá un hueco entre los mejores, porque hace estallar el ánimo.

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