jueves, 18 de noviembre de 2010

Matisse y la Alhambra

MATISSE Y LA ALHAMBRA. Museo de Bellas Artes de Granada, Palacio de Carlos V, Alhambra. Del 15 de octubre de 2010 al 28 de febrero de 2011. Granada.

Hay trenes que no se pueden dejar escapar. Es una frase, quizás una recomendación, que todos hemos oído como algo positivo, algo por lo que hay que estar atentos, y es que las oportunidades son únicas. Y eso precisamente es esta exposición, una gran oportunidad. Y a la vez no deja de ser eso, una oportunidad.
Es comprensible y en cierto modo admirable el amor y la pasión con el que se trata a ciertos hitos culturales que definen e identifican a una ciudad o a un pueblo. Ocurre en muchos lugares de todo el mundo, la UNESCO se encarga de dotarles de rango universal y eso enorgullece enormemente a los habitantes de la zona. Pero eso no justifica que todo lo que ha pasado en este mundo tenga algo que ver con lo que pasó en otros tiempos, y me explico. Existe con respecto a la Alhambra una capacidad infinita de relacionarla con una serie de artistas que durante los primeros años del siglo pasado se sintieron atraídos por modas orientales, como ocurre con Matisse, que es figura representativa del movimiento pictórico salvaje fauvismo. También se le relaciona con otros muchos movimientos y tendencias que buscaron inspiración en el palacio nazarí, una verdad a medias.
El punto de partida de esta exposición es una firma del genial artista francés encontrada en el libro de visitas del Museo de la Alhambra. Aquí comienza la relación con la Alhambra, con Sevilla, con Andalucía, con Marruecos y con el arte musulmán. Pero, la verdad, es que no es verdad, mentira, es verdad, pero a medias. 1910 fue un año complejo en la vida de Matisse, y como cualquiera con los medios suficientes decidió emprender un viaje, que le alejara de su cotidianidad en ese momento asfixiante. Tras la exposición de La Danza y La Música en el Salón d’Autumne y las nefastas críticas recibidas y el fallecimiento de su padre en octubre del mismo año, Matisse se cansa, no lo soporta y se marcha. Su amigo filósofo y pintor Matthew Stewart Prichard en correspondencia con su esposa le contó que “ante este recibimiento de la oposición, Matisse se retiró a Munich, y ahora ha perdido a su padre y se ha ido a España; puede que a reflexionar con El Greco”(1) . Esto demuestra una cosa, que Matisse viajó a España y que la composición de La Danza y La Música fueron antes que dicho viaje, lo que me hace dudar del significado que tienen algunos borradores de estas obras en la exposición que ahora nos concierne.
Henri Matisse es un fauve, pertenece a un arte eminentemente primitivo que se basa en términos decorativos y la búsqueda obsesiva de una identidad a base de grandes manchas de color plana. Su desencanto con su contemporaneidad no es ningún secreto y buscó inspiración en otros movimientos, buscando un nuevo arte en el arte antiguo sin caer nunca en la contradicción. Matisse no era estúpido, era un personaje tremendamente sensible, de un carisma abrumador y de una inteligencia a la que muy pocos llegaban, “uno siente con mucha intensidad que la obra de Matisse es el resultado de años de investigación y estudio paciente, pues dispone tal orden y precisión en sus composiciones que nada puede haber sido dejado al azar"(2) . Así pues no es que encontrase en la Alhambra algo de lo que quedó fascinado y que le hizo cambiar su modo de entender el arte; sabía a lo que venía, lo que iba a ver y lo que podía encontrar, simplemente quería sentirlo. Su sentido del arte decorativo en su más pura forma necesitaba del estudio de formas menos conocidas y que estuviesen menos contaminadas. En este contexto parece lógico el acercamiento de los fauves al arte islámico, un arte alejado de cualquier representación sacra, fuera de formas convencionales y heroicas que durante tantos años habían poblado el arte occidental. A Matisse no le interesa lo que representa porque a Matisse le interesa todo; según dijo el propio artista, "la disposición total de mi cuadro es expresiva. El lugar que ocupan las figuras y los objetos, el espacio vacío alrededor de ellos,
las proporciones, todo desempeña un papel"(3) . Por lo tanto no depende de descubrimientos azarosos, es una investigación real, empeñosa y como se demostró, muy fructífera.
Cuando Matisse visitó Munich y visitó una exposición de arte islámico en la capital alemana, también estuvo con unos amigos en la más famosa feria de cerveza del mundo. Parece un dato anecdótico, que poco o nada tiene que ver con el arte, pero en mi opinión demuestra que Matisse estuvo en Munich pasando unos días en los que aprovechó para hacer varias cosas, y en los que se aseguró de que su nueva vida estaba comenzando. La exposición supuso para Matisse el asegurarse de que ciertas figuras geométricas con motivos florales que aparecían en los tapices árabes eran algo que le aportaban un colorido que en sus composiciones conjuntaban a la perfección con su idea del decoro, porque para él el motivo de su obra se alejaba de cualquier misticismo trascendental para acercarse a la belleza plena, a la belleza llana de lo que gusta a la vista, "artistas como Matisse o Rouault estaban guiados por la determinación de establecer un motivo bidimensional agradable utilizando unos patrones decorativos"(4) que aparecían de una manera sugerente y con la sensación de perfección en las representaciones islámicas. Y si hablamos de arte islámico, tenemos, sin más tutía, que hablar de la Alhambra de Granada.
En el programa de Matisse cuando decidió viajar a España estaba la ineludible y deseosa colaboración con su gran amigo Francisco Iturrino. El pintor sevillano invitó a Matisse a pasar una temporada alejado de la multitud de París y centrarse en su trabajo en su taller sevillano. Matisse aceptó encantado la oferta, tomándolo como un descanso espiritual para retomar su continua búsqueda que es sinónimo del arte de Matisse. Así pues, tras visitar Munich decidió venir al sur donde se instaló junto a su amigo en Sevilla, visitó Granada para después viajar a Marruecos, lugar que tenía una especial significación y atractivo para el francés. El interés por lo islámico le llevó hasta Granada donde pasó algunos días admirando los palacios nazaríes y empapándose de un arte que allí sí se antojaba como el culmen de la belleza decorativa. Y aquí si tiene sentido la relación, "la obra decorativa, en el sentido de Matisse, no describe contenidos espirituales, sino que hace alusión a estos. El arte islámico permitió al artista comprender esto"(5) . Aquí si jugó un papel decisivo en el resto de su obra la visita a Granada. Aquí Matisse terminó de entenderlo, era algo que ya sabía, como una fórmula matemática, pero aquí esa fórmula la vio en práctica, como las matemáticas en una obra de ingeniería. Matisse se lleva de España una relación laboral espectacular con Iturrino, se lleva una sensación de libertad que hacía años que no experimentaba, se va más maduro y más convencido, se va pensando que ha retomado el camino del que nunca debió dudar, pero no se lleva un absoluto, como en algunos momentos se deja entrever en esta exposición. Matisse redescubre porque nunca deja de buscar, no porque la capacidad de sorpresa del francés sea fácil. Recordemos que es un fauve, quizás el más fauve de todos los fauves, los mismos que buscaban con ahínco y esfuerzo la pureza de lo primitivo. Matisse lo encontró en lo islámico, y supuso a la vez la decadencia del colectivo, "este nuevo "descubrimiento" de lo primitivo tiene, pues, una importancia especial, importancia que no queda disminuida por la
consideración de que el entusiasmo que el descubrimiento suscitó en los fauves significase también que el fauvismo corría a su final"(6) . Porque en los avances de Matisse, sus estudios de colores de fuego, sus gitanas, sus berenjenas, sus amapolas y lirios con encanto bizantino, su armonía, su encanto y sus españolas abanicadas, no pasaron desapercibidos para el resto de los que como él confiaba en un arte nuevo, en un nuevo modo de pintar cuadros.
Después se fue a Marruecos, el lugar donde encontró el modo de poner en práctica todo lo aprendido, la armonía perfecta entre arte islámico, arte primitivo y facilidad para trabajar. Y como ya he dicho, e insisto, Matisse no era estúpido, sabía a lo que iba, y lo que se encontraría, quizás por ello no perdió el tiempo, y sus Odaliscas, sus bodegones y tapices que bañaban todos sus lienzos surgieron con una espontaneidad majestuosa. El arte es un camino. Un viaje. La crítica Saeah Wilson considera que "los dos viajes de Matisse a Marruecos en 1912 tuvieron una importancia capital para su obra, mucho mayor que su visita a la exposición de arte musulmán de Munich y que su gira por el sur de España el año anterior"(7) . Yo estoy de acuerdo. Dudar de la Alhambra es tan estúpido como querer ensalzarla a cualquier precio. Sé que se trata de vender, pero no seamos estúpidos, aprendamos de Matisse, que no lo era en absoluto.

(1) Carta de Matthew Stewart Prichard a Isabella Stewart Gardner el 22 de noviembre de 1910 en VV.AA. "Henri Matisse". Könemann, Colonia, 1994. Pág. 127.
(2) Whitfield, Sarah. "Fauvismo" en, Stangos, Nikos (ed.) "Conceptos del arte moderno", Destino, Barcelona, 2000. Pág. 24.
(3) Henri Matisse en Whitfield, Sarah. op. cit
(4) Thomson, Belinda. "Pintura francesa entre 1830 y 1930: contexto histórico" en, VV.AA. "De Millet a Matisse. Pintura francesa de los siglos XIX y XX de la Kelvingrove Gallery de Glasgow". Catálogo de exposición. Fundación LaCaixa. Barcelona. 2005. Pág. 31.
(5) Essers, Volkman. "Matisse". Evelgreen, Colonia, 1996. Pág 24.
(6) Elderfield, John. "El fauvismo". Alianza, Madrid, 1983.
(7) Wilson, Sarah. "Henri Matisse". Poligrafía, Barcelona, 2009. Pág 47.